Jugando a ser malo

A. PÉREZ RUBALCABA / JAMES MORIARTY

La derecha ha insistido tanto en presentar a Rubalcaba como Moriarty, el genio del mal que lucha contra Sherlock Holmes, que el mismo candidato socialista se ha creído ese papel.

Rubalcaba se ha empeñado en jugar a ser Moriarty en esta campaña al intentar desenmascarar la agenda oculta de un Rajoy que se ha situado por encima del bien y del mal.

En lugar de presentarse como el líder bueno que nos va a conducir al paraíso terrenal, como hizo Zapatero, ha elegido el papel de mosca cojonera que zahiere a la derecha y advierte de las catástrofes que recaerán sobre este país si gana el PP.

Rubalcaba no ha intentado demostrar en este campaña lo buen jefe de Gobierno que sería sino lo cabroncete que va a ser como jefe de la oposición. Que tiemblen los de la gaviota.

Y es que es muy difícil escapar a los estereotipos. Rubalcaba lleva muchos años siendo el malo de película que, superando la ficción orwelliana, nos controlaba a todos desde Interior.

Si Moriarty tenía una red de soplones y criminales por todo Londres para proteger sus infames negocios, Rubalcaba ha dispuesto del Sitel y de sus subordinados en la Policía Judicial para levantar el Gürtel y otros casos contra el PP.

Como el gran Moriarty, Rubalcaba se ha labrado una reputación de malvado todopoderoso que está detrás de las movilizaciones contra las sedes del PP en vísperas de las elecciones, que manipula la investigación sobre el 11-M, que protege a los autores del chivatazo y que maneja todo tipo de dossiers sobre la vida privada de sus adversarios.

No sabemos si son ciertas las acusaciones de sus detractores, pero de lo que sí podemos dar fe es de que Rubalcaba ha hecho todo lo posible para alimentar esa leyenda.

Al igual que Holmes veía la mano de Moriarty en cualquier asesinato cometido en Londres, el PP ve a Rubalcaba detrás de cada insidia, cada insulto o cada tropiezo que sufre, como si el día tuviera 48 horas para que el aspirante socialista pudiera conspirar contra sus adversarios.

El otro día le oí quejarse a Rubalcaba de lo mal que le han tratado sus contricantes, un lamento que encaja muy poco en quien se supone que es más duro que una roca. Pero se observa que hasta los más malos tienen sus momentos de debilidad.

Rubalcaba sigue empeñado en dar la razón a sus detractores al «poner la mano en el fuego» por Blanco a sabiendas de que se la va a quemar, pero forzado por su reputación a servir a las causas más impresentables.

Ya se sabe que Moriarty murió junto a Holmes al caer ambos por las cataratas de Reichenbach, pero luego Conan Doyle tuvo que resucitar al detective por las protestas de los lectores. Yo creo que necesitamos a Rubalcaba porque los malos siempre son necesarios en un mundo tan aburrido como el de la política. Ellos son los más interesantes y los únicos capaces de entretenernos.